12 de junio de 2013

París, la Ciudad del Amor

Buenas, mis lectores!

 Esta es la segunda vez hoy que comienzo a escribir una entrada. Espero que al menos esta sí llegue a su destino (eso parece). El blog, como blog literario, parece que no levanta cabeza. Pero es que cada vez que me propongo publicar una reseña, ¡algo me lo impide!
 Hoy he tenido un agradable descanso del trabajo a las dos de la tarde, no tenía que volver hasta las cuatro. Puesto que ya había comido, me he dicho "¡voy a escribir una reseña!", así que me he dado un paseo hasta Champ de Mars, para sentarme al pie de un árbol a respirar algo de aire fresco y escribir tranquilamente la reseña de Donde los árboles cantan, el último libro que he leído. Las expectativas eran altas, no hacía ni mucho frío ni mucho calor, el césped estaba agradable y no manchaba, la mayoría de la gente estaba en la zona central del parque... y la tranquilidad y paz eran casi absolutas. Solo la Torre parecía ser consciente de mi presencia allí.
 Y entonces, cuando apenas llevaba 15 minutos enfrascada en mi tarea, escucho una expresión de sorpresa detrás de mí. Me giro, y por el rabillo del ojo veo la silueta de un hombre rodeando el árbol en el que estoy sentada. Con mi ojo izquierdo espero verlo aparecer ante mí, en apenas unos segundos. Me había quitado los zapatos, así que no había tiempo de levantarse y salir corriendo, no había escapatoria. Así que con una sonrisa me preparo para aguantar la tormenta que se me viene encima.
 "Bah..elle est jolie, la fille. Bonjour", me dice el desconocido, con una asqueroso tono que pretende ser sensual. "Bonjour" le contesto, y en seguida bajo la vista de nuevo a mi libreta (si, libreta, cuaderno, agenda, como lo queráis llamar. Después lo paso al ordenador)
 El hombre, que parece proceder del medio Oriente y tener entre 30 y 40 años, se sienta a mi lado sin ser invitado. Me empieza a preguntar que cómo me llamo, que si me molesta (obvio), que si me puede invitar a un café. Le respondo con evidente actitud de estar ocupada, mirando hacia abajo después de cada intervención. Me quiere dar su número, pero le digo que no me interesa, que tengo novio. Aún así el tipo se saca un papel del bolsillo, lo apunta, y me lo dejo al lado, cerca de mis zapatillas. Solo consigo que se vaya cuando percibe que mi rostro, del cual la sonrisa amable había desaparecido hacía mucho, se está tornando en una mueca de claro fastidio. Podría haberme ido de allí antes, dejándolo con la palabra en la boca, pero qué demonios, ¡ese era mi arbolito! Y esa mi hora de descanso, yo había llegado allí con unas firmes intenciones que nadie iba a alterar tan fácilmente, así que no lo iba a dejar sin luchar por él, y por suerte al final gané.
 Así que vuelvo a respirar tranquila y a concentrarme en mi trabajo. Cuál es mi sorpresa cuando, 10 minutos después, sumida ya en mis pensamientos sobre Viana Rocagrís, veo aparecer ante mí a dos hombres que se sientan en un banco cercano. Disimuladamente acierto a ver cómo uno de ellos hace un gesto de cabeza en mi dirección, y con un suspiro resignado y una maldición me resigno a esperar mientras el hombre se aproxima hacia mí. "Bonjour!" de nuevo. En este caso, el tipo, un chulo de pies a cabeza que parece tenérselo bastante creído (no se por qué, se daría fuerzas a sí mismo pensando en su camisetita apretada, su collarcito de plata o su reluciente pelo engominado), pensando que jamás sería rechazado, se acuclilla MUY cerca de mí, tan cerca que tengo que inclinar mi cuerpo en la dirección opuesta. Ya no me queda paciencia, así que a este ni le sonrío. A la pregunta de "Qui êtes vous?" le contesto con "une personne". Pero eso no parece desalentarlo. Por un momento, el miedo a haber sido demasiado maleducada me vence, y lo miro a la cara mientras pienso en elaborar algo más formal, pero en sus ojos veo que él está ahí para lo que ambos sabemos muy bien. Su cara lascivosa casi me hace vomitar. No estoy siendo maleducada, de hecho estoy siendo bastante decente por no llamar a un policía. Él insiste, me cuenta que es de Algeria, me dedica no se cuántos piropos, también quiere invitarme a un café, incluso me dice que vendrá a por mí en 10 minutos cuando yo haya terminado lo que estaba haciendo (WTF?). Cuando por fin comprende que quiero que se vaya lo hace, pero con cara de "no sabes lo que te pierdes". Poco después, muy enfadada, me levanto del césped. Mi arbolito ha perdido todo su encanto, toda la paz y tranquilidad que prometía. Así que aquí estoy, en el Starbucks más cercano (Motte Piquet), sentada en un cómodo sofá, con mi Mocca Blanc (I know) al alcance de mi mano, y mi libretita sobre las piernas, escribiendo estas palabras, y convirtiéndome en uno más de esos "pretenders" de los que Carrie Bradshaw habla. Aunque en este caso, mi apariencia no debe ser muy pretenciosa. Mi cuadernito de imitación de Moleskine debe parecerles muy arcaico a las cinco manzanitas mordidas que de un vistazo he visto brillando a mi alrededor, y este es un Starbucks pequeño. En cualquier caso, este parece ser el único lugar del mundo al que una mujer puede ir sola sin que ningún deseoso de carne fresca se le acerque, o al menos así es aquí, en París, ¡os lo aseguro! Maravilla para algunas, pesadilla para otras (entre las que me incluyo), así es la ciudad del amor, en ella una chica joven NO puede andar sin compañía. Muy bien recuerdo al vigilante del Musée de L'Orangerie que me quería pintar desnuda, alegando que sería más bonito que los cuadros de mujeres desnudas de Picasso que él tenía el trabajo de velar. ¡Y yo no soy ninguna belleza! ¿Es que solo por ser mujer llevo un cartel en la cara pidiendo guerra? Este tipo de cosas me hacen sentir verdaderamente identificada con Viana. ¡Qué martirio ser fémina! ¡De verdad os digo que a veces es un martirio!

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